Gracias Shangri La, me hiciste bien – por Sylvia Galleguillos

Sylvia Galleguillos en el monasterio de Shangri La, abril 2012 - foto de Enzo Cozzi

Sylvia Galleguillos en el monasterio de Shangri La, abril 2012

En nuestro posteo anterior (lo puedes visitar aquí) relata Enzo algo de nuestra estadía en Dali y Lijiang, en el remoto Yunnan. Desde Lijiang fuimos en bus a Shangri-La, «el lugar donde la gente respira». Fue un viaje de casi 6 horas, con sólo tibetanos y chinos a bordo, remontándonos gradualmente por laderas montañosas hacia la meseta tibetana, a 3.500 metros sobre el mar, en el rincón más remoto del suroeste chino. Nos costó llegar allá: avión desde Kunming a Dali, tren desde Dali a Lijiang y finalmente bus a Shangri-La.

Shangri-La, ese lugar tan mágico como real donde, según la famosa novela de James Hilton «Horizonte perdido» (si quieres leer lo que escribe Enzo Cozzi sobre su experiencia con «Horizonte perdido» en Shangri-La, haz click aquí), nunca se envejece y se vive en maravillosa armonía, era uno de los hitos que nos dimos con mi esposo Enzo en nuestro viaje del abril de 2012, en el que nos propusimos ir en busca de los más ancestrales lugares que son raíces de la cosmovisión china y del Feng Shui. En Shangri-La queríamos visitar Song Zan Lin Si, el monasterio de budismo tibetano más grande fuera del Tibet, del cual tanto habíamos escuchado hablar.

Acercándonos ya a Shangri-la, hermosas estupas con muticolores banderillas tibetanas nos empezaron a recibir, típicas casas tibetanas construidas como fortalezas cuadradas, de paredes levemente piramidales y pequeñas ventanas. Y yaks, muchos yaks pastando en las heladas planicies. Llegamos a Shangri-La lloviendo y con mucho frío. Nuestro hostal resultó ser una casa típica tibetana, de piedra, tierra y madera, techos bajos, oscura llena de banderitas tibetana, con una gallina atada de una pata de guardiana junto a la entrada. El último día de nuestra estadía íbamos a comprender el significado de aquella gallina.

En el salón común todos los huéspedes estaban sentados alrededor de la estufa a leña y todos abrigado con parkas y gorros para protegerse del intenso frío que hacía. Yo llegué empapada, tuvimos que salir a comprar pantalones zapatillas y hasta calcetines. ¡Estábamos helados! La hermosas ciudad antigua ya estaba casi toda cerrada, el tiempo inclemente no permitía que persona alguna anduviera por allí.

Pero desde la oscuridad pudimos ver la gran estupa dorada e iluminada. ¡Maravilloso! Estábamos en Shangri-La. La primera noche en una típica casa antigua tibetana, en una habitación interior y sin ventanas, fue un poco estresante, la noche se nos hizo larga al no estar acostumbrados. Por ejemplo había ratones correteando detrás de las paredes y un gato persiguiéndolos. Pero al dia siguiente vino el premio, el sol nos alumbró desde temprano, el día estuvo precioso y nos fuimos al monasterio Song Zan Lin Si. Estuvimos una gran parte del día allá, yo oré por todos los seres, y consegúi que un monje bendijera mis malas y mis katas que compré allí mismo.

Después bajamos a la ciudad, y nos adentramos por el mercado tibetano, donde todo está junto, las carnes, frutas, ollas verduras, y símbolos de su culturas, campanitas, banderitas y cuencos.

Ya el último día por la mañana fuimos a un pequeño templo, situado detrás de nuestro hostal. Se llamaba Baiji Si, templo del gallo o de la gallina blanca. Ese templo era la razón de que nuestro hostal tuviera una gallina de portera. Tuvimos que subir mucho para legar a él, como si fuéramos a una montaña, por senderos de tierra. Un kioskito con un viejito en el camino tenía los inciensos y katas y banderitas para llevar. Seguimos camino con todos nuestros inciensos y banderitas para ofrendarlas en oración. En el camino las vacas yak comían su pasto y nos miraban con desdén. Por allí venía bajando uno que otro tibetano, después de haber hecho sus rogativas.

¡Allí apareció una gran estupa llena de banderitas! Hacía viento y todas se elevaban al cielo. Desde allí podíamos ver toda Shangri-La. Hermosa e imponente la estupa, toda florecida de banderas. Para nosotros un momento muy emocionante. Más arriba, llegando ya al templo, tres mujeres estaban haciendo sus oraciones, caminando alrededor del templo y dando vueltas las ruedas rogativas. Ellas me indicaron cómo tenía que hacer el ritual y rezar el «Om mani ped me hum» al lado de ellas, así que me dejé conducir por ellas. Era nuestra ultima oración, que la dediqué para todos mis amigos y amigas, y también muy concentradamente para mis alumnos y alumnas de Feng Shui, que tanto nos acompañan espiritualmente. Traté de no olvidarme de nada ni de nadie, envié mis oraciones a todos los que necesitaran. Lo bonito es que sentí en ese momento, y muy fuertemente, que mis oraciones estaban siendo escuchadas.

¡De vuelta ya en Santiago, una de mis mejores amigas, budista devota, me contó que el mismo día de esas oraciones súbitamente un problema que hacía tiempo la aquejaba se había evaporado!

Dejamos Shangri-La con una sensación de que habíamos ido lejos y habíamos llegado muy cerca del fondo de nuestra alma. Ibamos de vuelta a la China central con el espíritu calentito. No habíamos alimentado la comodidad de nuestro cuerpo ni había importado la desolación que sentimos esa primera noche en el hostal, eso que a veces buscamos para que lo tangible de nuestro cuerpo se sienta abrigado y cobijado. Pero lo intangible, lo que no se vé, adentro de nuestros corazones, espíritu y alma, eso misterioso que es lo que también busco conectar para los hogares de mis clientes cuando asesoro con Feng Shui, eso estaba lleno de luz, calentito como el sol sobre los nevados de Shangri-La y como los rescoldos de esa modesta estufita a leña.

¡Adios Shangri-La, me hiciste bien!

4 comentarios en “Gracias Shangri La, me hiciste bien – por Sylvia Galleguillos

  1. Que lindo tu relato Sylvia, realmente vale la pena conocer este recóndito lugar.
    Se ven tú y Enzo muy bien. Que bueno tenerlos de vuelta en Chile.
    Pronto los estaré visitando en Santiago.

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